Cuentos

GRABADO EN LA MEMORIA


«¡Abuelo, abuelo!». El pequeño Mateo revoloteaba alrededor de su abuelo, insistiéndole con vehemencia para que le volviera a relatar la historia que tanto le gustaba.


«Venga abu, solo una vez más, porfi…». Sus ojos azules y abiertos le observaban sin pestañear, al mismo tiempo, con admiración sincera y esa obstinación tan característica de su nieto.


«Pero Mateo, ¡si te la sabes de memoria!» --oponiendo una resistencia estéril, al tiempo que trataba de ocultar una sonrisa, sabiendo que, sin importar lo que pasara, tendría que volver a contarla.


«Ya, justo por eso me gusta, abu… venga… ¡que la cuentas muy bien!». Era evidente que no se iba a dar por vencido…


«Desde luego, nieto, ¡eres tan testarudo como tu abuelo! Bien, siéntate aquí a mi lado y te la vuelvo a contar, pero la versión corta, ¿eh? Que se enfría la cena». Sin apenas poder disimular su satisfacción, el abuelo se quitó las gafas, las guardó en el bolsillo de su chaqueta con gestos casi ceremoniosos y clavó sus ojos en aquella cara joven llena de vida, que esperaba con avidez esas historias del pasado que tanto disfrutaba.


«Entonces, ejem, ejem --se aclaró la garganta--, durante la primavera de 2020 el Gobierno nos había confinado en nuestras casas, y no podíamos salir a la calle ni siquiera para…».


«¿Ni siquiera para ir a jugar al parque ni ir a comprar chuches?», interrumpió Mateo.


«Exacto --sonrió-- ni siquiera para eso. Por dónde iba… ¡Ah, sí! --continuó guiñando un ojo a su nieto con un gesto de complicidad-- La situación era caótica, y tu abuelo acababa de abrir hacía poco más de un año “La Estrella”, el bar de tapas que acercaba la cocina más innovadora del momento a la gente corriente…»


***


«Se acerca el periodo navideño Javi, y seguimos con el agua al cuello… ¡Algo habrá que hacer!». Mi colega Mario estaba tan preocupado como yo por el futuro de nuestro establecimiento. Él se encargaba de las finanzas, cosa que a mí, particularmente, nunca me ha entusiasmado. Pero a pesar de no conocer a fondo la situación financiera de nuestro negocio, sabía que estábamos al límite. «¡Tenemos que pagar el alquiler del local y los pedidos del mes que viene están hechos! ¿Qué vamos a hacer con tanta comida si no nos dejan abrir?».


«¡Creo que lo tengo!», exclamé con voz desgarrada. Llevábamos toda la noche discutiendo y proponiendo ideas para evitar el cierre, y el agotamiento empezaba a hacer mella en nuestros rostros. A pesar de ello, Mario siempre me ha recordado a lo largo de los años que en ese preciso instante mi cara se iluminó. Le conté mi plan y empezamos a prepararlo todo para arrancar por la mañana.


Mario se encargó de llamar al parque de bomberos de la calle de enfrente, a la farmacia de Paco y a la comisaría de la Policía Nacional que estaba dos calles más abajo. Yo llamé a una amiga que tenía guardia en el Hospital Provincial y me puse en contacto con el comedor social del barrio.


Tras empaquetar toda la comida en cajas de cartón, cogimos la furgoneta y las repartimos durante toda la mañana. Así, dimos de comer a la gente que estaba trabajando, y también a los que peor lo pasaban. Cuando nos vieron aparecer con las cajas en el comedor, la gente alucinó.


De esta manera, reconvertimos nuestro bar de tapas en un servicio de delivery, en el que los excedentes (que siempre eran muchos) terminaban en el comedor social.


No ganábamos dinero, pero al menos cubríamos gastos. Sin embargo, lo mejor fue la popularidad que fuimos ganando en el barrio. Se fue extendiendo el rumor del servicio que dábamos, y cada vez más personas que tele-trabajaban hacían algún pedido durante la semana. La gente nos recibía siempre con una sonrisa agradecida y daba la sensación de que habíamos revertido la situación. Pero como dijo un escritor, “hay momentos en los que todo va bien: no te asustes, no duran”.


La mañana del 24 de diciembre, al intentar levantarme de la cama para ir a preparar las cajas a nuestro bar, me sentí algo más cansado de lo habitual, pero lo achaqué al ritmo de trabajo, así que desayuné mi tostada de pavo y queso fresco, como cada día, me vestí, y cuando me disponía a salir por la puerta sentí como si el abrigo me aplastara contra el suelo. Sentí frío y calor al mismo tiempo, y caí en la cuenta de que estaba respirando demasiado rápido debajo de la mascarilla. De repente, todo se oscureció.


Desperté en una cama de hospital. Al parecer, Mario me había llamado varias veces y al no contestar se temió lo peor. Los especialistas de la ambulancia me encontraron en el suelo, respirando con dificultad. No solo había contraído el virus, sino que además había afectado a mis pulmones…


***


«Pero, la historia no acabó ahí, ¿verdad abu?». Por supuesto, Mateo ya sabía la respuesta a esa pregunta.


«No querido. Lo que sucedió a continuación no lo habría imaginado ni en mis mejores sueños». El final de la historia se acercaba, y Mateo miraba a su abuelo sin pestañear y prácticamente contenía la respiración esperando el ansiado desenlace.


«Cuando abrí los ojos por primera vez en la cama del hospital estaba tremendamente desorientado, no era consciente ni del día en el que estaba… hasta que empecé a mirar alrededor». Hizo una pausa dramática. «¡La habitación estaba repleta de detalles navideños! Dulces, christmas, flores de pascua… ¡Parecía la habitación de Santa Claus!».


«¿Y nunca supiste quién te envió todo eso abu?».


«No, Mateo. Nadie podía venir a verme al hospital, por el virus… Pero me puedo hacer una idea, nieto. Me puedo hacer una idea…».



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